Monólogo de las almas errantes. Reflexiones de ausencias (relato)




Publicado en el libro Ensamblando Palabras de la Editorial Aries. Ganador de la Primera Mención Especial en el género narrativa en el Instituto Cultural Latinoamericano. Año 2018.



Soy el hombre que no nació y la mujer que nunca vivió, y nunca mi cuerpo y mi alma lograron coexistir en este mundo, porque la estirpe en la cual nacería fue aniquilada en la conquista de América, porque mi madre fue secuestrada por la dictadura militar y nunca volvió a aparecer, porque mi padre fue a la Guerra de Malvinas a los dieciocho años, porque nunca nacieron ya que mis abuelos fueron aniquilados por la bomba de Hiroshima en la Segunda Guerra Mundial, y, de la misma forma, debido a que eran  judíos, fallecieron por los tormentos sufridos en Auschwitz y porque mi madre, embarazada de mí, acaba de morir en un bombardeo sobre Siria.
Quién sabe si esos seres que forjaron que mis posibilidades de existencia mermaran, con una vida más digna, o una familia más comprensiva y buena, o una mente fuerte hubiesen sido otros entes. Y quien sabe si yo, al surgir en esta tierra, hubiese sido un individuo que luchase por la paz, o que ni siquiera hubiese necesitado luchar por algo que era natural. ¡Quién sabe! ¿Quién sabe si yo hubiese sido el padre de la próxima gran pacifista, o hubiese sido la madre del próximo gran pacifista?
No pienso ni existo en esta población humana, pero imagino – desde mi figura astral – que algunos países ni siquiera existirían de la forma en que hoy los conocemos, y sé que mi madre hubiese estado creciendo en Paraguay y hablando con sus amigas en guaraní, o comiendo dangos y bebiendo té verde mientras observaba los cerezos en flor en algún lugar de Nagasaki, o festejando Pésaj, o haciendo el ayuno de Ramadán, festejando el nacimiento de Jesús en Navidad, o disfrutando con su familia en Estados Unidos del Sur si no hubiese sido asesinada por el Ku Klux Klan, o hubiese estado correteando por los jardines de su hogar si no hubiese muerto en Vietnam del sur...
Algún día, se encontraría con mi padre en una pulpería, en una biblioteca, en un teatro, en una librería, en una cafetería, en un cine, en una calle, en una escuela, en una iglesia, en un templo, en la universidad, en una fiesta o por ahí hubiesen sido vecinos o amigos de toda la vida. Y ambos habrían conversado, reído, llorado, peleado y se habrían reconciliado. Habrían proyectado una vida juntos, habrían tenido objetivos en común, habrían sido personas felices, tristes, habrían muerto juntos de la mano, se hubiesen separado, quedarían viudos. Los sentimientos se hubiesen tornado recuerdos…
Y yo hubiese surgido en el seno de mi madre por compromiso, por accidente, por una borrachera, por amor… y el amor se hubiera tornado carne; y habría nacido y crecido en un mundo positivo, uno en el que mis padres me hubiesen criado bien o mal, con riqueza o con pobreza, con o sin herramientas para darme una buena educación, con o sin conocimientos de cómo hacerlo, pero no hubiese conocido grandes matanzas, torturas, ni desastres…
Habría crecido yendo a una escuela pública, a una escuela privada, siendo educado en casa, trabajado en una empresa, en un quiosco, en un hospital, estudiado en una universidad, en una biblioteca porque no podía pagar mis estudios, en un terciario; y hoy sería un doctor, una doctora, un científico, una científica, un actor, una actriz, un escritor, una escritora, el mejor o el peor en mi labor, una gran persona o una persona promedio…
Ya ni importa; el punto es que sería una pieza de este gran mecanismo: la humanidad. Pero esa pieza, junto con aquella, y esta otra, y la de la punta, y ¿cuántas más? Son incontables, no están. El rompecabezas, el mecanismo, el engranaje no funciona como debiera, porque aquellos sueños truncos que enfermaron la cabeza de quienes masacraron el mundo, masacraron también a los que nunca tuvieron la posibilidad de ver un árbol, de ver el cielo…
¿Y cómo es que el hombre, siendo un ser inteligente, no puede darse cuenta de que es un ínfimo punto en la vastedad del Universo? ¡Es un ser que no puede controlar cuando nacerá, ni cuando morirá, ni los latidos de su corazón! Pero su ambición es mayor, y su deseo de poder destruye.
Y pensar que tanta gente que decidió usar su mente para beneficiar al mundo, para luchar por los derechos humanos, para curar a los enfermos…, pensar que muchos de ellos murieron asesinados, que fallecieron en el peor grado de indigencia, que estuvieron al borde de irse al otro mundo, que conspiraron contra ellos, que están o estuvieron encarcelados por el simple hecho de querer salvar al mundo de las manos del mal. Personas racionales, humanos con un gran corazón, imbuidos de sabiduría, grandes intelectuales de disímiles siglos, muchos considerados tontos por los prejuiciosos o grandiosos por unos pocos, tan humillados por la crueldad…
Sin embargo, a pesar de lo que sufrieron, me hubiese gustado nacer para ser como ellos: para proclamar la paz, para socorrer a quienes sufren, para auxiliar a los enfermos, para luchar por los derechos de todos, para enseñarle al mundo de una vez por todas que las naciones estamos hechas para la benevolencia, y no para el individualismo. Tenemos lo que quienes creen llaman libre albedrío, un libre albedrío que debe ser utilizado a merced de la humanidad.      
Quién sabe…, quién sabe si la vida me hubiese dado mi media naranja, o como alguien dijo – quién sabrá quién fue el que existió e inventó esa frase – tu otra naranja, no media. Entonces yo me hubiese casado, o no, y hubiese sido madre, padre, o no, y hubiese tenido hijos, hijas… o no, y hubiese tenido un compañero, o una compañera que me ayudase en mi camino de salvación de la Tierra.
Y hubiese muerto de viejo, o de vieja, o de enfermo, o de enferma, o por el simple hecho de que fui arrollado en la calle por un auto, o morí súbitamente esperando a una persona en mi hogar…
No lo sé…
Entonces, a medida que se barajan las posibilidades de lo que hubiese sido y no fui, se llega a la conclusión de que fui asesinado. Y no por la naturaleza, ni por un ser, sino por una sola raza: la humana. Porque fui despreciado por todo tipo de naciones, en todas sus lenguas y costumbres, porque fui odiado u odiada por grandes y pequeñas civilizaciones, porque, al parecer, mis padres no merecían conocerse ni dejar descendencia por su “inferioridad racial”, porque, al parecer, esas personas que tan cómodas esperan que una bomba detone no piensan que, en su deseo de satisfacción, están hiriendo a millones de seres inocentes involucrados en algo que no saben ni quieren saber.
Desde antes de ser creado, desde antes de que mis padres se hubiesen desarrollado, desde antes de que mis padres se hubiesen conocido, desde antes de que mis padres se hubiesen abrazado, amado y me hubiesen erigido, fui eliminado de todo pensamiento, esperanza y sueños habidos y por haber.
Lamentablemente, el hombre aún no es racional como se autoproclama, debe adquirir una profunda sabiduría, que le permitirá eliminar de su mente sus ambiciones y envidias, transformar el mundo en algo bueno sin perjudicarse a sí mismo ni a sus descendientes, darse cuenta que en su cultura y en la del otro hay una riqueza de pensares y costumbres que le dan una belleza particular a las sociedades, y así, llegar la Paz.
Y cuando esto suceda, mis padres se conocerán, y yo naceré…
Y yo también…
Y yo…



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