Publicado en la antología Alianza de palabras de la editorial Aries. Ganador de la Segunda Mención Especial en el género narrativa en el Instituto Cultural Latinoamericano. Año 2019.
Cuando yo nací hubieron hechos, circunstancias, sucesos y muchas cosas que no comprendí, entre ellos por qué tenía la piel de color azul, por qué nací sabiendo hablar y con el tamaño de una nena de nueve años, por qué no tenía padres y por qué estaba a la venta a un hombre soltero de 32 años que me había hecho fabricar por encargo.
Cuando yo nací hubieron hechos, circunstancias, sucesos y muchas cosas que no comprendí, entre ellos por qué tenía la piel de color azul, por qué nací sabiendo hablar y con el tamaño de una nena de nueve años, por qué no tenía padres y por qué estaba a la venta a un hombre soltero de 32 años que me había hecho fabricar por encargo.
Lo más curioso de ser una
semihumana es haber sido creada con la incapacidad de decir “no quiero” y con
la de manifestar mis verdaderos sentimientos. Algunos como yo estaban
programados para crecer, otros no. Yo crecí, me desarrollé y maduré escuchando
palabras como “putita”, “zorra” y “mía”. No podía defenderme, no estaba
programada para eso.
Un día decidí esperar a que mi
dueño, mi “amo” como le gustaba que le dijera, se fuera a trabajar para poder
empezar a investigar qué era y por qué debía sufrir tanto. Busqué la etiqueta
con la que me entregaron: semihumana #0357224. Me busqué, pero no me encontré,
así que solo investigué por qué era “semi” y no humana del todo.
·
Semihumano: nombre masculino. Humanoide carente de inteligencia o sentimientos
creado artificialmente para dar placer al humano.
Me pareció una definición curiosa,
extraña, porque yo sabía muy bien que tenía inteligencia y sentimientos. Día
tras día, seguí buscando información, un por qué, una razón. Encontré noticias
de diarios, páginas especializadas en la creación de semihumanos e incluso
e-books que hablaban de los grandes beneficios de nuestra creación para la
humanidad. Leí tantos textos aberrantes e inciertos que un día me guardé plata
en un bolsillo, tomé un bolso y me fui cuando mi dueño menos lo esperaba.
Mientras caminaba por la calle, los hombres me gritaban todo lo que me harían.
Intentaron violarme, intentaron golpearme, pero mi cuerpo proporcionaba
descargas eléctricas: la cantidad de personas que podían usarme se cifraba
mediante una aplicación, SemiHumanMe, y por esa configuración no podían
tocarme.
Caminaba sin rumbo, con poco
dinero, en búsqueda de una empresa de medios de comunicación, alguien que
quisiera hacerme una entrevista. Mientras caminaba y encontraba – por suerte –
algunas personas amables, pensaba en la cantidad de aberraciones que había
leído. Los semihumanos fueron creados para reducir las violaciones y asesinatos
que ocurrían en gran medida. Se realizaban por encargo en figuras de niños,
adultos o ancianos. Tenían por configuración una fecha de defunción y/o uno o
más dueños, como también podían ser de uso libre, es decir que cualquiera podía
usarlos. Los más populares eran los que aparentaban cuerpos infantiles o
adolescentes, los andróginos con más de un genital (dos vaginas, dos penes,
incluso dos anos), los “furry” (mezclas entre humanos y animales) y los que
tenían colores de piel particulares, como azul, violeta, rosa o verde. En ese
entonces, los medios de comunicación afirmaban que carecíamos de inteligencia y
de sentimientos, pero era una excelente manera de encubrir que estamos
bloqueados genéticamente para no poder expresar si nos duele lo que nos hacen,
a excepción de que tu dueño te pidiera que sufras “como si te violaran”, aunque
siempre es una violación y siempre duele. En muy poco tiempo, los semihumanos
nos hicimos muy populares mundialmente.
Luego de mucha búsqueda, mucha
calle y dolor, una reportera se apiadó de mí y finalmente me hicieron la
entrevista que tanto esperaba. En ella expresé que todo lo que decían los
medios era mentira, que sentíamos todo, que nos dolía, que nos trataban como
objetos de uso y descarte. También expresé que la historia de la humanidad nos
condujo siempre a discriminar a un grupo: fuimos los semihumanos, pero antes lo
eran las mujeres, los homosexuales, los ateos, los de religiones diferentes al
común de su población, los negros, los judíos, los musulmanes, los nativos, los
discapacitados, como tantos otros.
Poco después de la entrevista
comenzaron a hacerme muchas más, otros semihumanos empezaron a luchar por sus
derechos y se originó una polémica global con respecto a nosotros. En general,
el sesenta por ciento de la población no nos creía, nos juzgaban y pensaban que
alguna organización feminista o populista nos había desconfigurado el cerebro
para que dijéramos “idioteces” en contra de la población supuestamente
pacífica. Surgieron hashtags como #semihackeados, #yonolescreo y #dejenfollaralprojimo.
Quizás una de las más severas venganzas de nuestros violadores fue
configurarnos como uso libre para que cualquiera pueda descargar su odio hacia
nosotros. También me enteré por voces lejanas que estaban haciendo copias
exactas nuestras en un formato beta, es decir, existía una #0357224b, una
hermana mía indefensa, para los “perjudicados” por esta protesta.
Tuvimos la suerte de que distintos
grupos de ese cuarenta por ciento nos dieran refugio y nos creyeran. Comenzaron
a protegernos, a luchar por nuestros derechos y a combatir junto a nosotros.
Un día decidimos paralizar el país,
nos levantamos todos. Nadie podía ir a trabajar, ni a estudiar: todo el país
estaba cubierto de semihumanos de todas las edades, tamaños y colores. Las
calles estaban tapadas de seres con todas las formas e identidades, bellos y
únicos. Desde el cielo parecía verse un manto multicolor de seres que gritaban
desde el fondo de su corazón “también somos humanos”. Ese grito se convirtió en
hashtag y tendencia en todo tipo de redes sociales.
Pasó el tiempo. Yo tenía treinta
años y me empezaban a salir canas en el cabello. Estaba enferma, reposando en
mi casa y viendo la televisión. Una ley ganada casi por accidente nos reconoció
como seres humanos, como cuando ocurrió con las mujeres, como cuando ocurrió
con la proclamación de que solo existía una raza humana, como cuando se
reconoció que homosexuales y heterosexuales tenían los mismos derechos. Yo
miraba la televisión sola y lloraba de emoción. Ahora eliminaban el uso
público, las aplicaciones y todo lo que nos apresara a otra persona, así como
comenzarían a llamarnos por “respeto” personas humanas modificadas
genéticamente, o P.H.M.G.
Pero todo es una cruel trampa, todo
siempre es una cruel trampa. Nunca te reconocen del todo, nunca lo hacen. Se
realizaron protestas en contra de las “cruzas”: las organizaciones más
conservadoras criticaban cruelmente la unión entre una persona “normal” y una
modificada genéticamente. Criticaban cruelmente que éramos deformes e inútiles,
y que nuestra descendencia tenía manchas de distintos colores en la piel, o
genitales extras o deformidades caracterizadas por la modificación genética.
Otro argumento sumamente utilizado era que no nos debían permitir formar una
familia porque nuestros hijos iban a heredar nuestras características. Salían
videos en las redes sociales sumamente ofensivos, dolorosos, con mensajes
crueles y claros: “váyanse todos juntos solitos a una isla y quédense ahí”,
“deformes”, “nunca dejaron de ser semihumanos”, “vamos a matarlos a todos”,
“deberían seguir cumpliendo la función que tenían”. La sociedad era
sanguinaria, nociva e incoherente.
Mientras todo esto sucedía yo
buscaba a mi hermana, y después de mucho investigar, recorrer y hablar en los
medios, la encontré: era idéntica a mí, muy azul, muy brillante, pero
diferente: no tenía mis preocupaciones, tenía otras. Ella nunca sufrió abusos,
escapó el mismo día que fue comprada al escuchar a quien fue mi dueño prender
la televisión: allí me vio en una de mis tantas entrevistas. Escapó y no me
pudo encontrar por mucho tiempo. Vivía en pareja con un muchacho no modificado
y quería casarse.
El matrimonio se legalizó veinte
años después. Yo ya tenía más canas que pelo azul, mi sobrino tenía quince
años. Se le notaba mucho el mestizaje: sus manos y pies eran azules, pero el
resto de su cuerpo era blanco. Su cabello era parte negro, parte azul. Sufría
en consecuencias discriminación, golpizas y severas burlas. Había intentado
suicidarse una vez y tuvimos que
llevarlo a una psicóloga especialista en trastornos de personas humanas
modificadas genéticamente.
Fue muy difícil.
Los adolescentes y adultos dejaron
de teñirse el cabello con colores fantasía por miedo a que los confundieran con
mestizos o peor, con nosotros los P.H.M.G. Las modas cambiaron rotundamente: se
buscaba tener el cabello lo más natural posible, la piel blanca o morocha, pero
con ninguna mancha que demostrara que alguno de tus genes no era natural o
“normal”. Se crearon nuevos tratamientos de la piel para quitar el color
transgénico, tratamientos nocivos, cancerígenos.
Las series para niños dejaron de
ser coloridas: ya no animaban objetos mágicos ni animales como los unicornios,
y todo lo que fuesen seres mágicos mitad hombre mitad algo más no aparecían en
la televisión.
Los medios de comunicación, el
gobierno y el sistema educativo intentaban cubrir a toda costa los hechos
sucedidos a las nuevas generaciones. Era una vergüenza mundial…
El ciclo se repetía.
La humanidad es un caos constante,
una severa órbita que recorre una y otra vez la discriminación, el fascismo, la
guerra, y siempre encuentra a un grupo a quien destruirle a la vida. Y si no lo
encuentra, lo crea artificialmente.
Estoy muy vieja, cansada y no puedo
luchar más, no me queda mucho tiempo en esta tierra. Mi nombre no es #0357224,
mi nombre es Laia. Yo misma decidí llamarme así cuando nos permitieron hacernos
documentos y tener derechos como estudiar o trabajar.
Tengo una identidad, tengo deseos,
soy humana.
Imagino un mundo utópico donde
todos seamos libres, donde todos los colores con los que nos modificaron se
vean en cada piel, donde los libros de historia digan la verdad, donde el
acceso a los derechos sea para todos, donde todos seamos realmente iguales.
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