Microrrelato publicado en la antología Almas Conectadas de Ediciones del Parque. Año 2020.
“Nadie me entiende” pensó mientras una
lágrima recorría su mejilla, tan solo días antes de que comenzara la pandemia.
Las risas, las miradas y las agresiones eran un constante en su vida.
Se reían de cómo se lavaba las manos: primero
dejaba que el agua limpiara la primera capa del jabón, luego cubría sus manos
de espuma y finalmente se enjuagaba hasta que no había nada allí. Repetía el
proceso por segunda vez, secaba sus manos y colocaba alcohol en gel. Se
burlaban de sus reglas, porque parecían absurdas. Tenía un orden para cada
tarea que debía realizar, incluso para bañarse o ir a dormir. Todas sus
obsesiones y compulsiones eran juzgadas como si ella tuviese control sobre su
constante estado de ansiedad.
Pero entonces llegó el período de
cuarentena y observó el temor de la gente que inundaba las farmacias en busca
de barbijos y alcohol en gel. Vio a quienes se burlaban desesperarse en
búsqueda de abastecerse por miedo a no tener alimento o productos higiénicos
para poder sobrevivir. De repente su familia seguía rutinas similares a las
suyas, como quitarse los zapatos al ingresar al hogar, no saludar con un beso o
lavarse las manos cada vez que volvían de comprar.
Sintió que todo su dolor, su angustia y
tribulación eran expulsados de su cuerpo tal como una exudación tóxica que,
invisible e imperceptible, se corporizaba y caminaba lentamente y de manera
monstruosa por cada casa del mundo, afectando la mente de cada persona
viviente.
Y entonces, sonrió: actualmente sí la entendían, ahora todos eran como ella.
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