Publicado en Los hermanos serán unidos (antología). Petricor Ediciones. Año 2024.
En las infaustas tardes del 2002, bajo las
colchas, se encuentra una niña, cuyo cuerpo aterrorizado y trémulo se esconde bajo
el engaño de su hermano cuidador, ocho años más longevo, que afirmó que Samael
había vuelto.
Anastasia no sabía cómo lucía Samael, pero por
su voz, creía que era muy pálido, medio azulado, con dientes afilados como
colmillos, ojos ensangrentados. Mientras la infanta temía que el demonio se la
llevara, escuchaba que el mismo afirmaba que, si ella se portaba mal, se la
comería luego de cortarla en pedazos.
En contraposición al temor funesto de la niña,
estaba la risa silenciosa oculta en la superchería de su hermano, que fingía
voces, sacudidas de las colchas y risas endemoniadas y malévolas.
Dotado de un talento innato para provocar dolor
al prójimo, todos los días le enseñaba a la niña que, si se portaba mal, el
demonio la cocinaría y no viviría más. Se estrujaba su corazón cada vez que
pensaba en el eterno infierno de su alma.
Pero quizás quedaría estampado permanentemente
en su memoria el día en que su habitación se oscureció, y se escondió bajo las
colchas, como había acostumbrado. Y escuchó el grito ensordecedor de su
hermano. Pávida, horrorizada, sobresaltada, sintió que debía correr.
Entonces vio la ropa de su allegado en el suelo
y a Samael a su lado, con sus labios formando una sonrisa cínica, ensangrentada
e inhumana:
—Me lo comí de un bocado.
Su hermano, sin saberlo, había
invocado al desalmado.
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